DIÁLOGOS MUSICALES. EL JAZZ DE ALEJANDRO ESPINOSA.

Hace más de 40 años que disfruto de la música en forma consciente. Antes de esos días de pubertad y adolescencia, mi cuerpo era traspasado por la música que mis padres y hermanos escuchaban, sin tener muy claro hacia dónde se dirigía mi corazón musical.

Así es la música, sus notas y silencios se tornan parte de nuestro cuerpo físico, uno vibra, reverbera con la música, mueve sin querer hasta la última célula del cuerpo, conectándonos con los ritmos de la primera melodía o el primer ritmo que el ser humano quiso realizar, pues la música se realiza, se piensa, se siente y se actúa, ninguna nota está separada del cómo, toda nota nos recuerda las manos del artista, por eso, cuando el día miércoles 11 de mayo de este año gracias a Ciudadano Records, pude escuchar los ritmos y blues, las derivadas musicales del jazz de manos de las baquetas de Alejandro Espinosa, mi mente derivó irremediablemente hacia la vida y obra de Monk, mi amado, Thelonious Monk, quizás el mejor músico de jazz que jamás ha existido, con el perdón de Miles y tantos otros amantes de aquella música desgarradora, terrible y bella.

Alejandro Espinosa comenzó la noche recordando cómo su primer instrumento musical fue el acordeón, al que pronto abandonó por la percusión, amor del que jamás se separaría, y su maestría en la batería nos transportó a todos a un espacio único e irrepetible. Por su parte, el teclado y el contrabajo que lo acompañaban, fueron impecables en sus movimientos, dotaban al conjunto del misterio que conlleva el diálogo entre intérpretes y oyentes, la seducción irrefrenable de la música.

Los músicos, no sólo tocaban en acostumbrada armonía, sino que durante cada pieza se miraban entre sí, coordinándose, uno diría:

telepáticamente, pero en realidad, usando pequeños gestos para detenerse al mismo tiempo, para comenzar una parte de la partitura, para recordarse mutuamente como la música es comunitaria o simplemente no puede ser, y en esa performances sutil y mágica, aparece Monk con aquella expresión de contenida alegría, con pequeñas notas de tristeza, que podemos escuchar en su obra. Esa música, acto seguido, me hizo recordar al libro Pero hermoso, de Geoff Dyer, en el que se puede leer la historia de tantos y tan maravillosos músicos de jazz, soul, rhythm and blues, entre los cuales, por supuesto, está Monk. El autor dice en su libro: “Había que ver a Monk para escuchar su música como es debido. El instrumento más importante del grupo –cualquiera que fuera la formación- era su cuerpo. Su cuerpo era el instrumento y el piano sólo un medio para extraer el sonido de su cuerpo al ritmo y en la cantidad deseados. Si tapas todo menos su cuerpo, parece que tocara la batería, abriendo y cerrando el charleston con el pie, cruzando los brazos estirados. Su cuerpo rellena todos los huecos de la música; sin verlo suena a que falta algo, pero cuando lo ves, hasta los solos de pianos adquieren el sonido denso de un cuarteto. El ojo escucha lo que el oído no oye.” El cuerpo, todo viene del cuerpo, bien lo sabía Monk y pareciera que Espinosa sigue esa ruta, toca la batería con toda su humanidad, su concentrada energía golpea los diversos elementos de su batería y algo de aquella intensidad recorre nuestros cuerpos. Esa es la magia el jazz, y el diálogo que los cuerpos de los intérpretes y los cuerpos de los oyentes realizan durante la performances musical, es íntimo ante todo. Si bien no hay fórmulas para la felicidad, esto se parece mucho a ello.

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