Transitar los recuerdos y espacios de los inicios del jazz, los bares, las madrugadas imposibles de resistir sin el alcohol o las drogas, la juerga eterna de los músicos de esa negritud discriminada y aplastada de la América del Norte, es el tema del libro de Geoff Dyer, Pero Hermoso: Un libro de jazz, libro que debe ser leído por los amantes del género y de las buenas historias.
Cada una de las partes del libro pretenden introducirte en un mundo imposible de replicar, el Inicio del Jazz, donde las leyendas que hoy admiramos, Mingus, Monk, Powel, Young, Duke… se encontraban creando la música moderna más influyente en el mundo occidental, el libro trae también el miedo de los músicos, la precariedad, la absurda discriminación de un mundo chato y blanco que nada entiende de esa pasión que recorrió la noche de Norteamérica, música clásica negra, al decir de Nina Simone, y de la cual tributan todos los músicos modernos, lo quieran o no.
La traducción de Cruz Rodríguez Juiz, le hace justicia al texto, la poética de la obra, permea las páginas en español, y para nosotros, -no lectores del inglés- aquello se agradece, pues para quienes amamos el jazz lo hacemos desde el Rythm and blues, cuyas letras (si es que existen) complementan y devienen en música y silencio en esos textos que son las canciones de jazz, entonces, a pesar de la lejanía lingüística, los ritmos morenos son comprensibles y asibles fácilmente por nosotros, los latinos, quienes vivimos rodeados e inmersos de una cultura llena de negritud, oculta, negada y muchas veces perdida, pero inscripta en nuestros genes y herencias musicales.
Pero hermoso, nos permite adentrarnos en ese mundo irreal del blues, recorrer las calles de New York, de New Orleans, sin tener que entrar al espacio físico de esas ciudades llenas del temor al inmigrante, siendo como somos, los excluidos, y no un legal alien como Sting. La obra es una oda a la melancolía, y suele no sólo citar a los mismos músicos, sino que interpretar las melodías, las obras musicales en sí mismas, que proyectan una existencia más allá de sus creadores. Como un bonus track, el autor recoge anécdotas reales que va mezclando sin mayor cuidado, con las ficcionadas.
Finalmente, la obra tiene algo de guion cinematográfico, la fotografía, la atmósfera, los encuadres, las pasiones vertidas sobre el escenario, alimentan nuestra imaginación, el ojo de la mente hace lo suyo, y podemos imaginar a Monk sentado en el piano de su hogar.
Este libro, adquirido por mí hace años, fue prestado y jamás devuelto. Este hecho lo pone en el listado de esos libros que suelen pegarse a las manos prestas de los Twain modernos, por ello cómprelo, léalo y escóndalo para reelerlo más tarde, cuando las imágenes de Dyer se estén desdibujando en su memoria. Yo saldré a comprar –de nuevo- el mío.