La Moringa Banda es una de aquellas bandas que tiene el espíritu de la rebeldía en sus notas, con letras que llaman a la reflexión, cuestión que es una excepcional actividad en una época de banalidades.
En este disco, La Moringa ha madurado en sus melodías, el director de la banda, Cristián Vega, con sus sintetizadores, ha generado un diálogo mucho más abierto y compenetrado con el resto de voces e instrumentos. Lo veo jugar con una profundidad y un swing mucho mayor, aunque todavía esté presente lo tecno que lidiaba con las notas negras de La Moringa, pero sin que aquello pugne con el resto de los músicos sino más bien, aquel teco que se cuela desde los sintetizadores resulta ser una propuesta, una nota disonante que enriquece y logra que la dirección musical se vea afiatada con los otros colores de la banda dándole fuerza.
En la última presentación de la banda en la Sala Master de la Chile, ese juego de sonidos, de sonoridades, de elementos no sólo musicales sino que sonoros que ponía en acción el teclado, permitían vislumbrar el trabajo del grupo, por lo que es muy satisfactorio ver como la banda de los amores de uno, va creciendo y madurando. Hay que destacar nuevamente al eximio baterista de la banda, Lorenzo Aliaga, cuyo solo fue simplemente espectacular. El baterista parecía estar en un trance profundo, donde intentaba permanecer en un diálogo con los espectadores, hipnotizados por los movimientos del batero, por los ritmos sobre los tambores, por los golpes a los platillos, por todo aquello que involucra el ritmo en la música.
Qué buena sensación deja en boca la extraordinaria voz de Julio Higuera y la preciosa voz de Camila Colibrí, que le da movimiento a las canciones. La evolución de Julio Higuera como cantante y compositor, es evidente, por eso sus fans esperamos que juegue aún más con su voz, que tiene una capacidad que el artista aún no explora del todo, tiene mucho más que dar al entrar en ese juego de la melodía perfecta, quizás atreverse a usar la rabia, lo punk que sale imprevistamente de sus canciones.
Como siempre, el bajista, Matías Espinoza, pone un toque rítmico y funk en las canciones, acoplándose de maravilla con voces e instrumentos, esta vez, se escuchó más, gracias al buen ingeniero de sonido que ama las cuerdas, aunque no entienda muy bien el sonido de la batería, que tenía un leve chirrido que sólo un oído experto descubriría, que por cierto, no es mi caso, pero otro músico presente lo advirtió, sonidos furtivos que obligan a volver a calibrar las membranas de los tambores y que esta vez pasó desapercibido.
La calidad de las canciones es excepcional, y lloran por unos bronces que acerqué más sus melodías al mundo del jazz, por lo que valdría la pena volver a tener alguna trompeta en la formación.
Tener este disco, será de enorme satisfacción para los fanáticos, a pesar de que en él no se incluyó la canción «Mar» homenaje a Marta Ugarte, cuyo cuerpo es devuelto por el mar, para no ser olvidado jamás su dolor y padecimientos en manos de la horrenda dictadura chilena. Esa canción es una verdadera belleza, espero que pronto salga a la luz para poder compartirla con todos.
Busque y atesore este disco, en este tiempo de banalidades, su belleza y profundidad debe también permanecer.